Mister y Misis llevan 38 años de estar casados, son de esos esposos que ya no se oyen, ya no se ven, ya no se sienten. Son como máquinas viejas que sólo hacen un ruido constante. Oxidados, monótonos.
Es 24 de Noviembre y muy de mañana como siempre Mister se levanta de su cama dejando escapar con prisa esos hedores flatulentos que durante toda la noche cobijaron a la señora Misis. Baja como siempre sus escaleras rechinantes y perezosas para ir a tomarse un sorbo de agua; bebe, hace ruidos, vive... como máquina vieja. Recoge la triste correspondencia, las deudas, los recibos, las notificaciones sin sentido.
La mañana es soleada como casi nunca y Mister nota un sobre diferente, éste no le notifica deudas, asegura en su cabeza; éste sobre está firmado con el nombre de una mujer que pasa vagamente por las mazmorras de su memoria. Anuncia su muerte.
- ¡Pero qué coños me importa su muerte!- exclama con un fastidio extrañado.
Continúa leyendo: "... así que te hago cargo del hijo que por 33 años ha preguntado por su padre. Ha preguntado por ti" - ¡mierda! - exclama con un frío angustioso.
Inmediatamente llaman a la puerta, algo en su interior se mueve con una fuerza punzante, gruesa, brusca; parece ser el corazón... ya no recuerda.
Al otro lado de la puerta estaba él, lánguido allí parado. Aquel muchacho de piel fría y débil, cráneo grande, cabello escaso, dientes grandes y separados que advierten un diálogo baboso, escurridizo. Su nombre es Pablito. - ¡33 años y se llama Pablito! - se presenta exánime y tras un saludo temeroso, lejano, como dos extraños que se sienten comprometidos, pasa y toma asiento. Mister lo analiza paulatinamente, su piel amarilla le sugiere una vida sedentaria, arrinconada, de aventuras escasas; tal vez éste joven pasado le refleje su triste presente.
Su aspecto poco agraciado le recuerda a Mister sus malos polvos en su época joven, en su época del "todo se vale" - qué errores se cometen - pensaba con un arrepentimiento resignado.
Pasan los días y la presencia de Pablito sólo acompaña sus frías soledades, es como si ni aún una noticia intempestiva logrará debilitar el óxido de la rutina. En la mesa están los tres, todos rumiantes, todos cuerpos que se mantienen de pie por inercia; masticando, chasqueando, mirando el mismo punto en el centro de la mesa, desorbitados. Ésta vez ya son tres máquinas latosas haciendo un ruido constante con sus escurridizas babas.
Un mes exactamente ha pasado desde que Mister recordó sus épocas de polvos poco exigentes; Pablito se despierta tras oír el ruido de la pólvora que en familia hacen explotar sus vecinos, es un jolgorio, carnaval de risas, cerveza y carne entre los dientes. De pronto, Pablito tiene la extraña sensación de sentirse joven, algo en su cráneo grande le hace pensar que puede valerse de sus propios medios. Por lo que decididamente sujeta sus pertenencias, sus miedos, su memoria vacía y huye, huye con prisa alarmante de las amenazas de la monotonía que le advierten una vejez poco placentera.
Al marcharse, Mister siente cómo algo se le revuelve en el estómago. Ésto ya lo había sentido antes, como cuando se enamoró por décimo segunda vez; es como si se hubiera desacostumbrado al lenguaje de su cuerpo.
Al decir adiós y tras un abrazo apacible su estómago vuelve a gruñir, Mister piensa que tal vez éste le advierte una excitación, así que sin entender mucho aquel rugir vacío que se despertaba detrás de su ombligo, decide hacerle el amor a su esposa. A esa soledad que innegable lo acompaña.