Él era mío y yo era suya,
llegamos con nuestros sueños rotos, con nuestros miedos vivos.
Sus recuerdos sangraban dolores que ocultaba,
y me besaba,
y me abrazaba,
desvaído,
como a quien le falta la fuerza para creer de nuevo,
y nos odiábamos por amarnos tanto.
Él era mío y yo era suya,
como dos almas que nunca se pertenecían,
que lo sabían y lo asumían,
por eso permanecían.
Como una fuerza incontenible de odio que los unía.
Eran dos almas opuestas ligadas a una risa ajena,
a una magia enferma,
destinados a un olvido funesto que se negaban.
Él era mío y yo era suya,
porque él era una soledad que acompañaba la mía.