martes, 3 de diciembre de 2024

Ser Madre


Una cama suave como algodón, tibia y acolchada, cobijados y contenidos en una nube de mantas blancas yacen sonrientes una madre y su pequeño bebé reposando en su pecho, unidos por el latir de sus corazones, se saben vivos y embelesados por el amor que brota desde sus entrañas, una quietud, un silencio los rodea, sosegado y taciturno custodia su descanso. Este hermoso retrato sirve como ejemplo perfecto para un comercial de pañales, alejado radicalmente de cualquier realidad que defina la llegada de un bebé a nuestras vidas. Y es ahí donde nos estrellamos las madres, porque este es el cuadro que se ha replicado por siglos en el imaginario colectivo: la mujer matriz que vino a criar con amor, sonriente y sacrificada, silenciosa y sumisa, una madre virginal digna de poner en vitrina, delicada, luminosa, hogareña y santa, una mujer que puede con todo, y debe poder con todo; cualquier sujeto femenino que se salga de este paradigma, será condenado por el escarnio público, digno ente de alta moralidad vigilante de mujeres quejosas, molestas, parias sociales que deben ser aniquiladas, anuladas, definidas: tóxicas, feminazis, fieras, víctimas, inmamables y la mejor, Locas. 

Trataré de recrear una imagen más próxima a lo que se debería narrar al hablar de maternidad. Comencemos con un velorio, deberíamos parir vestidas de negro, no es necesario rasgar nuestras vestiduras porque basta con que se nos ha desgarrado el suelo pélvico, independientemente del tipo de parto que se tenga; si ha sido un parto vaginal queda de más ilustrar qué parte del cuerpo se ha rasgado. Si por el contrario hablamos de un parto por cesárea, se rasgan siete capas de piel, tejidos y músculos. Pero eso sí a todas, absolutamente a todas, se nos desagarra el alma. Y es aquí donde entran las velas y la banda fúnebre, porque este es el momento exacto en que morimos, algunas lo notan inmediatamente sin saber definirlo, otras duran días, meses y hasta años, tratando de sobrevivir una vida sin poder poner en palabras ese algo que ya no está y se siente diferente, esa ausencia ruidosa y pesada que no se entiende: nuestra muerte. 

Al hablar de maternidad lo primero que deberían introducirnos es cómo llevaremos el duelo de quien fuimos, la primer pregunta debería ser si estás dispuesta a matarte, si estas lista para tu suicidio. Y no, no lo estoy diciendo desde un lugar de sufrimiento, sino desde la voz de la ley, de la abogacía, debería haber un notario el día en que la prueba de embarazo sale positiva, al que le firmemos nuestra muerte y así, con papel de asesinato firmado, consensuado e ideal aclarado, comencemos nuestro proceso de duelo, una despedida de quien fuimos hasta el día en que decidimos ser madres... si es que hubo opción de decidirlo.

El encuentro madre-hijo puede provocar un enamoramiento inmediato, o un rechazo producto de un volcán de emociones presentes, que no es para menos. Este es el factor al que yo más pondría atención en el documento de asesinato que debería ser firmado durante el embarazo; un apartado en negrita y letra roja - y es que independientemente del motivo por el que se encuentra una pariendo, bien sea por amor verdadero, encuentro de almas gemelas, matrimonio idílico, calentura, encuentro fortuito, accidente o porque sí- hay un agente autónomo que puede cambiar las reglas de juego radicalmente y sobre el cual no tenemos poder alguno, permítanme presentarles a Las Hormonas. Estas señoras, son las diosas, las que deciden qué van a hacer con nosotras después del parto - Después de mi encuentro con ellas frente a frente les tengo miedo y respeto al mismo tiempo - por ellas es que podemos saltar de nuestro suicidio a un enamoramiento fortuito con nuestra cría, o una catastrófica depresión posparto sin precedentes. Esta última, siendo estigmatizada y silenciada tan brutalmente que miles de madres la sufren en soledad y en silencio, hundiéndose en el lodo del dolor, dejando pedazos de sí en cada centímetro de esa habitación, sintiendo físicamente que el alma duele, que la vida se acaba; o peor aún, terminan por autolesionarse o lesionar a sus criaturas, esta última, siendo el signo más alto de abandono en la salud mental de una mujer que acaba de parir una vida, pero perdido la propia. 

Ser conscientes que los cambios hormonales van a ser como grandes desastres naturales ocurriendo en nuestro interior, es de lo que verdaderamente debería hablarse al querer ser madre; ser conscientes de la magnitud y el impacto que tiene un desbalance hormonal en nuestra salud mental para que las nuevas madres no tengan que atravesar un momento tan delicado y vulnerable en soledad. 

Ojalá los padres conscientes fueran educados para estar allí para las madres y sus crías, para acompañar a sus parejas a atravesar el trayecto que lleva redescubrirse, redefinirse y resignificarse. Los desafíos que va a implicar ver nuestros cuerpos frente al espejo, no encajar en nuestras prendas favoritas, y la sensación constante de que nuestro cerebro ha cambiado, que ya los procesos de pensamiento ni siquiera son los mismos, o el chiste de ayer ahora resulta insípido. Muchas mujeres aún no se dan cuenta de esto, porque no se les ha permitido autoexplorarse, no se les ha permitido poner en palabras esto que están sintiendo, porque deben sonreír y agradecer lo felices y bendecidas que son con sus nuevas crías, su hogar y su marido. 

Quizás la balanza podría equilibrarse más o los efectos del desorden hormonal no serían tan vertiginosos si los hombres y la sociedad misma fueran re educados y se dejara de atribuir el cuidado y las labores de cuidado a la mujer. Si la llamada libertad femenina incluyera el permiso a la vulnerabilidad y la división radical de las labores del hogar y los cuidados de los hijos; y pedir a gritos para la maternidad que las mujeres también sean maternadas. Para esto último quiero traer una frase que le escuché decir a Flor Feijo "Educar a las mujeres para salir a trabajar y tener independencia económica, sin educar a los hombres a trabajar en las labores de la casa, no se llama liberación, se llama explotación" 

"Te felicito por tu bebé, ser madre es la labor más importante de una mujer" Este fue de los comentarios más repetidos durante los primeros paseos por el parque con mi bebé. Quiero desmenuzarlo un poquito antes de continuar con un par de ejemplos más: ser madre, personalmente, me ha enseñado mucho de mí, me ha mostrado mis fortalezas y mis debilidades de una forma tan tácita y cruda a la vez, que resulta encantador. Ser madre me derrumba y me hace flotar a diario, tengo 5 mutaciones al día, soy como una fiera en custodia, y daría todo por defender a las pequeñas manos que en la noche se posan sobre mis mejillas, mi corazón le pertenece a ese pequeño ser que crece fuera de mi entendimiento y perfuma mi almohada; pero aún así no me atrevería a definirla como la labor más importante en la vida de una mujer. Considero que hay también un significado enorme en un libro publicado, en concluir una investigación, en asistir un parto, participar en el proyecto de la hidroeléctrica más desafiante de tu país, en enseñar, en ayudar a alguien en terapia o abogar por una familia en aprietos; en apasionarse con la música, o cualquier otro camino que individualmente se decida que le da sentido a la vida de una persona. Hay muchos caminos que nos pueden llevar a descubrir quién somos, muchas formas de rompernos en pedazos y muchos otros momentums para reconstruirnos, redireccionarnos, creo que esos son los componentes esenciales de la vida. Y me gustaría urgentemente que se dejara de atribuir a la maternidad el peso insostenible que lleva, y comenzara también a descargarse un poco en el otro pilar que debería estar ahí y no ha estado: La paternidad.  

Tuve que escuchar a un hombre decir que en el nacimiento de su hijo él estuvo tan conectado a la criatura que hasta parecía su madre. Parece un chiste pero es 100% real. Se me cae la mandíbula y me sale humo por las orejas cuando veo tan naturalizado y relegado el cuidado de los bebés a las madres. A una amiga le dijeron que su marido era una buena niñera por jugar con sus hijos. Ni me dan las palabras para aclarar este comentario. O lo doloroso que resulta escuchar a mujeres pedir ayuda a sus maridos con las labores del hogar, maridos que también viven la misma casa, comen la misma comida, y estaban en el mismo coito sexual cuando se procreó la criatura. 

Me gustaría urgentemente que como mujeres nos hermanemos, y empecemos de a poco a quitarnos la carga de tener que poder con todo, de tener que ser madres perfectas, sonrientes y amorosas, e invitarnos a quejarnos y escucharnos, sin juzgar, frenar el "mom-shaming" y entender que todas lo estamos haciendo lo mejor que podemos con los recursos que tenemos. Entregar mi entera admiración a las mujeres que pueden con todo: llevar adelante una carrera profesional exitosa, tener hijos felices, mentalmente saludables y cumplir con las tareas del hogar. Mi entera admiración también a las que lograron simplemente darse un baño hoy, y de corazón, espero que ese peso no les esté costando su sanidad mental y emocional. Mi invitación es para reír genuinamente, no por mandato, sino por la mera satisfacción de estar presentes, hoy conscientes y decidiendo día a día estar ahí para nuestras crías, pero primero y ante todo, estar ahí para nosotras mismas.