jueves, 17 de noviembre de 2011

Como cuando eramos viejos

- La vida debería transcurrir al revés – pensé por pocos segundos antes de darme cuenta que dentro de la paradoja existente entre el sentir nostalgia por despedir la niñez  y el terrorífico pánico que despierta imaginarse entrando a la vejez, inevitablemente se estaba hablando de los mismo.

Si comenzara por contar mi vejez, diría que jamás callé, que no tuve que disimular un descaro, porque simplemente lo fui con libertad y crudeza, sin espacio para juicios, porque los de allá, los de afuera, ya dudaban de mi cabeza, reían con un asombro intranquilo mientras por dentro algo como un punzón les avisaba estar de acuerdo en cosas que por códigos sociales e intereses pecuniarios se veían obligados a consumirse por dentro.

Cuando fui vieja me sentí más persona que ahora sintiéndome joven, pues de anciana di rienda suelta a mis impulsos, me agoté tras el fingir, por ello me resarcía en la burla, en una inocente burla, demente, ilógica. Teniendo canas, me fue más fácil insultar la hipocresía, como también lo haré cuando pierda tamaño y comiencen a caer mis dientes. Siendo vieja me sentí tan torpe como ahora cuando callo, cuando lloro por dentro; así no fue antes, pues grité mis llantos, saboreé mis lágrimas dolidas… y jamás me sentí ridícula, es más, conoceré la ridiculez sentada en mi escritorio mientras busco entre papeles la forma de engordarle el bolsillo a los que para ese entonces cagarán sobre mi cabeza… ¡eso si me hará ridícula!

Es cierto, siendo vieja pude parecer un vegetal, parsimoniosa, frágil, de un lento proceder, fue esta la forma de comunicarme con la vida tras entender que realmente debí saborear cada paso, y es que en cada paso está la remembranza de lo que cada experiencia me trajo; de seguro así también seré cuando sea niña, torpe, directa, pediré ayuda, ofenderé de frente, empuñaré una ofensa tan sincera e inocua que solucionaré todo al extender mis labios dejando ver una sonrisa con el rostro un tanto tierno, un tanto ensoñesido, porque habré descubierto que simplemente debí sonreír más en mi época joven, en mi época estúpida.

Por cierto, puedo decir que la etapa más lenta de la vida es aquella en la que la megalomanía de sentirse enérgico no dejó percibir el tiempo en que se pasó de ser viejo a nuevamente ser un niño, porque ciertamente estamos hablando de lo mismo.  

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