martes, 3 de diciembre de 2024

Ser Madre


Una cama suave como algodón, tibia y acolchada, cobijados y contenidos en una nube de mantas blancas yacen sonrientes una madre y su pequeño bebé reposando en su pecho, unidos por el latir de sus corazones, se saben vivos y embelesados por el amor que brota desde sus entrañas, una quietud, un silencio los rodea, sosegado y taciturno custodia su descanso. Este hermoso retrato sirve como ejemplo perfecto para un comercial de pañales, alejado radicalmente de cualquier realidad que defina la llegada de un bebé a nuestras vidas. Y es ahí donde nos estrellamos las madres, porque este es el cuadro que se ha replicado por siglos en el imaginario colectivo: la mujer matriz que vino a criar con amor, sonriente y sacrificada, silenciosa y sumisa, una madre virginal digna de poner en vitrina, delicada, luminosa, hogareña y santa, una mujer que puede con todo, y debe poder con todo; cualquier sujeto femenino que se salga de este paradigma, será condenado por el escarnio público, digno ente de alta moralidad vigilante de mujeres quejosas, molestas, parias sociales que deben ser aniquiladas, anuladas, definidas: tóxicas, feminazis, fieras, víctimas, inmamables y la mejor, Locas. 

Trataré de recrear una imagen más próxima a lo que se debería narrar al hablar de maternidad. Comencemos con un velorio, deberíamos parir vestidas de negro, no es necesario rasgar nuestras vestiduras porque basta con que se nos ha desgarrado el suelo pélvico, independientemente del tipo de parto que se tenga; si ha sido un parto vaginal queda de más ilustrar qué parte del cuerpo se ha rasgado. Si por el contrario hablamos de un parto por cesárea, se rasgan siete capas de piel, tejidos y músculos. Pero eso sí a todas, absolutamente a todas, se nos desagarra el alma. Y es aquí donde entran las velas y la banda fúnebre, porque este es el momento exacto en que morimos, algunas lo notan inmediatamente sin saber definirlo, otras duran días, meses y hasta años, tratando de sobrevivir una vida sin poder poner en palabras ese algo que ya no está y se siente diferente, esa ausencia ruidosa y pesada que no se entiende: nuestra muerte. 

Al hablar de maternidad lo primero que deberían introducirnos es cómo llevaremos el duelo de quien fuimos, la primer pregunta debería ser si estás dispuesta a matarte, si estas lista para tu suicidio. Y no, no lo estoy diciendo desde un lugar de sufrimiento, sino desde la voz de la ley, de la abogacía, debería haber un notario el día en que la prueba de embarazo sale positiva, al que le firmemos nuestra muerte y así, con papel de asesinato firmado, consensuado e ideal aclarado, comencemos nuestro proceso de duelo, una despedida de quien fuimos hasta el día en que decidimos ser madres... si es que hubo opción de decidirlo.

El encuentro madre-hijo puede provocar un enamoramiento inmediato, o un rechazo producto de un volcán de emociones presentes, que no es para menos. Este es el factor al que yo más pondría atención en el documento de asesinato que debería ser firmado durante el embarazo; un apartado en negrita y letra roja - y es que independientemente del motivo por el que se encuentra una pariendo, bien sea por amor verdadero, encuentro de almas gemelas, matrimonio idílico, calentura, encuentro fortuito, accidente o porque sí- hay un agente autónomo que puede cambiar las reglas de juego radicalmente y sobre el cual no tenemos poder alguno, permítanme presentarles a Las Hormonas. Estas señoras, son las diosas, las que deciden qué van a hacer con nosotras después del parto - Después de mi encuentro con ellas frente a frente les tengo miedo y respeto al mismo tiempo - por ellas es que podemos saltar de nuestro suicidio a un enamoramiento fortuito con nuestra cría, o una catastrófica depresión posparto sin precedentes. Esta última, siendo estigmatizada y silenciada tan brutalmente que miles de madres la sufren en soledad y en silencio, hundiéndose en el lodo del dolor, dejando pedazos de sí en cada centímetro de esa habitación, sintiendo físicamente que el alma duele, que la vida se acaba; o peor aún, terminan por autolesionarse o lesionar a sus criaturas, esta última, siendo el signo más alto de abandono en la salud mental de una mujer que acaba de parir una vida, pero perdido la propia. 

Ser conscientes que los cambios hormonales van a ser como grandes desastres naturales ocurriendo en nuestro interior, es de lo que verdaderamente debería hablarse al querer ser madre; ser conscientes de la magnitud y el impacto que tiene un desbalance hormonal en nuestra salud mental para que las nuevas madres no tengan que atravesar un momento tan delicado y vulnerable en soledad. 

Ojalá los padres conscientes fueran educados para estar allí para las madres y sus crías, para acompañar a sus parejas a atravesar el trayecto que lleva redescubrirse, redefinirse y resignificarse. Los desafíos que va a implicar ver nuestros cuerpos frente al espejo, no encajar en nuestras prendas favoritas, y la sensación constante de que nuestro cerebro ha cambiado, que ya los procesos de pensamiento ni siquiera son los mismos, o el chiste de ayer ahora resulta insípido. Muchas mujeres aún no se dan cuenta de esto, porque no se les ha permitido autoexplorarse, no se les ha permitido poner en palabras esto que están sintiendo, porque deben sonreír y agradecer lo felices y bendecidas que son con sus nuevas crías, su hogar y su marido. 

Quizás la balanza podría equilibrarse más o los efectos del desorden hormonal no serían tan vertiginosos si los hombres y la sociedad misma fueran re educados y se dejara de atribuir el cuidado y las labores de cuidado a la mujer. Si la llamada libertad femenina incluyera el permiso a la vulnerabilidad y la división radical de las labores del hogar y los cuidados de los hijos; y pedir a gritos para la maternidad que las mujeres también sean maternadas. Para esto último quiero traer una frase que le escuché decir a Flor Feijo "Educar a las mujeres para salir a trabajar y tener independencia económica, sin educar a los hombres a trabajar en las labores de la casa, no se llama liberación, se llama explotación" 

"Te felicito por tu bebé, ser madre es la labor más importante de una mujer" Este fue de los comentarios más repetidos durante los primeros paseos por el parque con mi bebé. Quiero desmenuzarlo un poquito antes de continuar con un par de ejemplos más: ser madre, personalmente, me ha enseñado mucho de mí, me ha mostrado mis fortalezas y mis debilidades de una forma tan tácita y cruda a la vez, que resulta encantador. Ser madre me derrumba y me hace flotar a diario, tengo 5 mutaciones al día, soy como una fiera en custodia, y daría todo por defender a las pequeñas manos que en la noche se posan sobre mis mejillas, mi corazón le pertenece a ese pequeño ser que crece fuera de mi entendimiento y perfuma mi almohada; pero aún así no me atrevería a definirla como la labor más importante en la vida de una mujer. Considero que hay también un significado enorme en un libro publicado, en concluir una investigación, en asistir un parto, participar en el proyecto de la hidroeléctrica más desafiante de tu país, en enseñar, en ayudar a alguien en terapia o abogar por una familia en aprietos; en apasionarse con la música, o cualquier otro camino que individualmente se decida que le da sentido a la vida de una persona. Hay muchos caminos que nos pueden llevar a descubrir quién somos, muchas formas de rompernos en pedazos y muchos otros momentums para reconstruirnos, redireccionarnos, creo que esos son los componentes esenciales de la vida. Y me gustaría urgentemente que se dejara de atribuir a la maternidad el peso insostenible que lleva, y comenzara también a descargarse un poco en el otro pilar que debería estar ahí y no ha estado: La paternidad.  

Tuve que escuchar a un hombre decir que en el nacimiento de su hijo él estuvo tan conectado a la criatura que hasta parecía su madre. Parece un chiste pero es 100% real. Se me cae la mandíbula y me sale humo por las orejas cuando veo tan naturalizado y relegado el cuidado de los bebés a las madres. A una amiga le dijeron que su marido era una buena niñera por jugar con sus hijos. Ni me dan las palabras para aclarar este comentario. O lo doloroso que resulta escuchar a mujeres pedir ayuda a sus maridos con las labores del hogar, maridos que también viven la misma casa, comen la misma comida, y estaban en el mismo coito sexual cuando se procreó la criatura. 

Me gustaría urgentemente que como mujeres nos hermanemos, y empecemos de a poco a quitarnos la carga de tener que poder con todo, de tener que ser madres perfectas, sonrientes y amorosas, e invitarnos a quejarnos y escucharnos, sin juzgar, frenar el "mom-shaming" y entender que todas lo estamos haciendo lo mejor que podemos con los recursos que tenemos. Entregar mi entera admiración a las mujeres que pueden con todo: llevar adelante una carrera profesional exitosa, tener hijos felices, mentalmente saludables y cumplir con las tareas del hogar. Mi entera admiración también a las que lograron simplemente darse un baño hoy, y de corazón, espero que ese peso no les esté costando su sanidad mental y emocional. Mi invitación es para reír genuinamente, no por mandato, sino por la mera satisfacción de estar presentes, hoy conscientes y decidiendo día a día estar ahí para nuestras crías, pero primero y ante todo, estar ahí para nosotras mismas. 


sábado, 7 de octubre de 2023

Debes sanar

 

El obtuso camino de la sanación es, en muy raras ocasiones, una decisión consciente. Es un camino al que por lo general somos arrojados con un desecho de sensaciones amargas, un cúmulo de emociones no procesadas que llegaron al hartazgo y nos han lanzado al vacío, dolientes, furibundos, víctimas. Se sienten náuseas incluso al recordar la caída hacia esa penumbra doliente de la que solo podemos salir sanando. 

Y más se me revuelve el estómago al pronunciar esa palabra tan divulgada y pregonada en la vida cotidiana, pero de la que poco sabemos: Sanación. No la vemos, no la tocamos, no sabemos siquiera cómo se interactúa con ella, pero parece estar de moda. 

"Debes sanar" te dicen al verte miserable, como si ya ellos hubieran ingresado al portal misterioso y hubieran retornado con la victoria en manos. Lo cierto es que se emprende el sendero nebuloso de la sanación como cuando se navega en medio de una tormenta, sin norte pero con la sólida intención de conservar el aliento; ni siquiera sabemos si sanar es un lugar o es un momento, es una cumbre o es un escalón. Es aborrecedor desconocer tanto de ese proceso, pero iniciarlo es imperitavo porque el solo hecho de quedarse en la penumbra es aún más repudiable; hallarse a sí mismo en lo mas bajo, buscar adentro y hallar eco, ver nuestro reflejo y no vislumbrar en él una brizna de nuestra esencia. La humillación personal - diría - es la última patada que nos obliga a emprender

Comenzamos a movernos hacia alguna dirección, no se puede tener noción hacia dónde exactamente, si hacia los lados o hacia el frente, porque absolutamente todo en ese camino es incierto. Transitarlo se siente como subir dos escalones de rodillas, e inmediatamente caer cinco más de cabeza. De hecho a  veces pareciera más fácil caer y quedarse allí, en la sombra, en cuclillas, antes que seguir soportando nuevas dolencias; pero volvemos a sentir la humillación, verdugo y ángel que nos respira en el cuello, y salimos despavoridos nuevamente, dispuestos a seguir moviéndonos, así sea de rodillas. 

No podría decir cuánto tiempo tardamos en esta dinámica, o si alguna vez termina; porque a veces la vida en sí parece un baile de seducción entre la vejación propia y la repulsión hacia la misma. No se llega a saber con certeza si hemos conseguido sanar eso que nos desechó al vacío, pero me atrevería a decir que hay un momento en el cual ya no avanzamos de rodillas, sino que usamos los pies, las caderas y el torso; nos unimos a la danza, aún sin saber adónde vamos, bailamos sin rumbo, ahora incluso podemos sentir una melodía de fondo, nos movemos al ritmo del cuerpo liberándose de sus amarguras. La vida vuelve a sentirse liviana, o por lo menos soportable, nos congraciamos con el reflejo nuestro y volvemos a establecer rutinas placenteras, le damos una nueva oportunidad a la vida; hasta que algo o alguien más nos vuelva a tocar una vieja herida, las emociones amargas se vayan acumulando detrás de unas risas sociales, y nuevamente alguna voz conocida, mirándonos a los ojos con el entrecejo arrugado nos diga debes sanar.


lunes, 21 de noviembre de 2022

De partos y puerperios. Puerpe ¿qué?


 De partos y puerperios 

Puerpe ¿QUÉ?



El parto es parirse a sí misma, morirse para volver a nacer. El parto es una muerte real, física, espiritual, mental.

En el momento en que mi hijo entró a este mundo físico, yo me partí en pedazos; trozos de mi ser volaron por esa sala fría y pálida, atravesaron paredes, dimensiones, quedaron por el suelo. De ellos brotaron leche, sangre, llanto. La intensidad de traer un ser al mundo es tanta, que pareciera que el portal de entrada debiera resquebrajarse en partículas diminutas para permitir el paso a un caudal incontenible de luz.

La etapa siguiente se llama puerperio, pero debería llamarse desaparición. Un extraño momento de eternidad en el que logras ver cómo todo a tu alrededor se mueve de forma lenta, tiempo y espacio no son más que palabras. De repente desapareces. No eres nada. Nadie te ve. Nadie te escucha. Estás sola allí sentada en el mismo sillón en el que llevas sentada desde la última vez que recordaste que estabas allí sentada; con el mismo ruido en tu cabeza martillándote una y otra vez la misma pregunta ¿quién soy?

Ah pero no estás sola, miras hacia abajo y allí está ese ser que se mantiene vivo gracias a ese manantial blanco que sangras por las grietas. Es curioso ¿verdad? Que la leche que brota por tus pechos provenga de la misma sangre que corre por tus venas. Debe ser por eso que sientes como si se desangrara tu alma. Es también de allí, de ese mismo dolor tan profundo como agudo, que va a brotar el amor más sólido y trascendental que te salva de ese agujero denso y gris en el que te encuentras; para demostrarte que así no sepas quién eres, estás allí sentada en el mismo sillón, con el mismo ruido y con la misma pregunta sin respuesta; dispuesta a dar, dar de verdad, aunque hayan grietas, leche que viene de la sangre y sangre que brota como leche. Estás allí para darte toda sin saber siquiera cómo hacerlo.

Parir es romperse en pedazos y el puerperio es tratar de construir alguien con los pedazos que juntes. 

Dedicado a todas las madres que guardamos luto por la mujer que fuimos, y ahora construímos la mejor versión de nosotras. Las abrazo 


jueves, 25 de junio de 2020

My quarantine on board a cruise ship

Day 101 without touching soil and this isolation from the world is far from over, the light at the end of the tunnel is yet to appear. It all started very differently, at the beginning it felt like a big unknown: what now? Deep down one felt a comfortable relief whispering vacations, although that was only the beginning, everything has been transforming. The quarantine has had its own metamorphosis.

The party

In my case, relations at work were tense, the news of the indefinite break from work brought me a smile, it was an air I needed. The ship was quickly left without passengers for the first time, it felt strange, one felt nostalgia, though far outweighed by the intrigue of knowing what it would feel like to be a cruise guest. The first stage of the quarantine was a party, we were one of the lucky ones to be locked on a floating hotel: pool, gym, bars open just for us, what else could we ask for? There was always room to discuss the concerns of the world out there, but the world on social media is very different. I was one of those who preferred not to read much about it for not knowing how to distinguish between news and speculation. Life on board was easier-going, we were at a private party at the end of which a big unknown was whispering: now what?

The distrust

The first news to spoil the party arrived: a fellow crew member from another ship was disembarked due to a medical emergency in very critical condition; she had been fighting with her lungs for 6 days to be able to breathe – frightening! That virus wanted to get to us, it was no longer just a thing on social media. Many of us knew her personally, we were wishing for her to recover. The party was already changing its atmosphere, yet there was still music in the background.

We started with the social distancing, looking at each other with suspicion, trying to avoid any risk of infection. At that time, we could all be victims or represent a danger to each other.

The emergency

At the same time, the company was suffering a crisis, one of the sister ships had the virus, they still had passengers on board because no country allowed them to enter port. Crew and passengers alike were getting infected, passengers began to die on the ship, they were all isolated in their cabins and there was not enough staff to survive the emergency. So they had to take a desperate measure: risking one of the ships that were already without passengers in order to transfer those people considered healthy and give a hand to the staff who were totally exhausted.

They started calling volunteers, brave and big-hearted people to go on the sick ship to help deliver food to each of the close to one thousand rooms. It was all very risky, but there was no government support in this humanitarian crisis. We had to resort to community support.

The news

At this point the party was over, the news was no longer figures we read online, but announcements from ship to ship, between colleagues, friends, people we had worked with.

At some point, an announcement arrived which sent shivers down our spines: a fellow crew member who had volunteered for this humanitarian mission had been infected and his body did not resist the virus. That day, when they announced the loss, they gave his name and blew the horn in his honor; this was deeply sad, indeed.

The separation

The quarantine started to mutate, we were still socializing but with a prudent silence. Rumors started to circulate about the possibility that people could be sent home. People were being sent to different ships, the small circles of friends built during this time were fragmented; repatriation processes began. Some few people could be sent home on charter flights, depending on the country and whether the governments authorized the entry of their citizens. Citizens of those countries with large numbers of crew members on the company were sent by ship, the other mixed groups had no choice but to wait.

Hopelessness

We were delegated to repatriate a large part of the Asian staff. We crossed the Pacific Ocean for three weeks; we were expected to arrive in the Philippines, disembark the Filipinos and continue towards Indonesia a week later; this expectation turned out to exceed both reality and human resistance, since the Philippine government began to see dollar signs in this situation and began to delay the disembarking process of the crew, thus earning ridiculously high amounts of money for each day from each of the 25 ships stuck with us in Manila bay, with more than ten thousand people wishing to see their families.

We were not the only disappointed ones: charter flights for mixed groups had been organized on other ships so that more people could be repatriated. But the plans had to be canceled or postponed as negotiations proceeded; the flight companies also wanted to get a bigger slice of the cake. 

Hopelessness began to win this game, the first crew member jumped overboard, taking his life and torments, warning all of us to look around and identify among us those who were already reaching their limit. Three days later a second crew member ended his life, later two more, and at this point we did not want to count any more, we were horrified and scared. The memories of that party seemed like from many years ago.

The disembarking 

After one month of waiting we were finally able to disembark the eight hundred Filipinos on our cruise. Meanwhile, the ships waiting at the coast of Mexico were finally able to organize some more flights; positive news began to spread. Now we could finally celebrate and sail towards Indonesia.

In Indonesia it was a different story altogether; the government said that the repatriation process had to be done in three phases over four days and that's exactly what happened; we disembarked more than 1,200 people there. We were welcomed by small boats saying "welcome home" to their people, making a welcoming gesture with their open arms; it was a beautiful feeling, a clean, clear and happy disembarking process.

The rescue

After having fulfilled our mission to repatriate our Asian group, the next step for the ship is to go into minimum operation, this is like putting the ship into a coma, only the minimum number of crew members remain on board so this floating edification can still move.

We had to sail towards Singapore to transfer our colleagues who are not part of the ship’s essential nervous system to another ship; they will be waiting there until they can fly home.

This day is going to leave a permanent mark on the people on board, it is in fact the reason why I decided to write about all this transition of events: On June 19, on the way to Singapore, the panorama was getting covered by a rain curtain, it was a dark gray day, with limited visibility. Around 4:30 in the afternoon, there was a kind of storm and when the dense cloud passed, a half-sunken fishing boat could be glimpsed from the Bridge, with six fishermen hugging the pieces of wood floating around. The accident had happened 3 days before that; one of them was holding on to a log like someone clinging to his life; as soon as he was lifted onto the rescue boat, he passed out. The other 5 told us that they had been a crew of 16 people; we needed to find 10 more souls. The rescue boat searched the surroundings while we watched from the balconies hoping that this ocean, so wide and deep, so beloved and mysterious, would give us back 10 more bodies.

We were not successful. We were able to save six lives. The next day the coast guard informed us that they had found 3 more fishermen alive; they had managed to swim to a nearby island.

The last spark

Those nine souls ignited the spark of life for many of us. Our ship has already gone into a state of coma, but our hearts are still beating in here. We hope for the news soon to be that our replacements have arrived and it's our turn to go home. As I finish this writing, 105 days have passed without touching soil, and there is still a big unknown whispering in the background: now what?



Note:  

Views expressed on this website are mine alone and don’t necessarily reflect the views of my employer.

martes, 23 de junio de 2020

Mi cuarentena a bordo de un barco

Día 101 sin tocar tierra y este aislamiento del mundo está lejos de acabar, aún no se ve la luz al final del túnel; todo comenzó muy diferente, al principio se sintió una gran incógnita: ¿y ahora qué? en el fondo había un alivio cómodo que susurraba vacaciones, aunque ese fue solo el principio, todo se ha ido transformando; La cuarentena ha tenido su propia metamorfosis.

La fiesta

En mi caso, las relaciones en el trabajo estaban tensas, la noticia de la pausa indefinida de labores me trajo una sonrisa, era un aire que necesitaba. Inmediatamente el barco se quedó sin pasajeros por primera vez, se sintió extraño, se sintió nostalgia, no mucha, pesaba más la intriga de saber qué se sentiría ser un huésped de crucero. La primera etapa de la cuarentena fue una fiesta, fuimos uno de los más afortunados al quedar encerrados en un hotel flotante; piscina, gimnasio, bares abiertos para nosotros ¿qué más podíamos pedir? Siempre había espacio para discutir las preocupaciones del mundo de allá afuera, pero el mundo por redes sociales es muy diferente. Yo fui de las que prefirió no leer mucho del tema por aquello de no saber discernir entre la noticia y la especulación. La vida a bordo era más liviana, estábamos en una fiesta privada en la que al final del alboroto se susurraba una gran incógnita ¿y ahora qué?

La desconfianza

Llegó la primer noticia que aguara la fiesta: una compañera de otro barco fue desembarcada por urgencia médica en muy mal estado de salud; llevaba 6 días luchando con sus pulmones para poder respirar ¡qué susto! Ese virus se nos quería acercar, ya no era un tema de redes sociales. Muchos conocíamos a la persona, empezamos a desear su recuperación. Ya la fiesta estaba cambiando su atmósfera, sin embargo aún había música de fondo. 
Comenzamos con el distanciamiento preventivo, nos mirábamos con desconfianza unos a otros tratando de atisbar un riesgo de contagio. En ese momento todos podíamos ser víctimas o representar un peligro para el otro.

La emergencia

Al mismo tiempo la compañía sufría una crisis, uno de los barcos hermanos tenía el virus, aún tenían pasajeros a bordo porque ningún país los dejaba entrar a puerto; tripulantes y pasajeros se contagiaban por igual, se les empezaron a morir pasajeros adentro, todos estaban aislados en sus cabinas y no había suficiente personal para sobrevivir la emergencia. Así que tuvieron que tomar una medida desesperada: arriesgar uno de los barcos que ya se encontraban sin pasajeros, para transferir las personas que se creían sanas, y darle una mano al personal que estaba hecho fuego.
Comenzaron a llamar voluntarios, gente valiente y de gran corazón que pudiera ir al barco enfermo a ayudar a repartir comida a cada una de las cerca de mil habitaciones. Todo fue muy arriesgado, pero no se tuvo el apoyo de ningún gobierno en esta crisis humanitaria. Tocó recurrir a la ayuda comunitaria. 

La noticia

En este punto ya la fiesta se había acabado, las noticias ya no eran cifras que leíamos por internet, sino comunicados entre barco y barco, colegas, amigos, gente con la que habíamos trabajado.
Finalmente llegó un comunicado que corrió como un frío a lo largo de la espina dorsal: un compañero que se había ofrecido como voluntario en esta misión humanitaria a la deriva, fue contagiado y su cuerpo no resistió el virus; ese día que anunciaron la pérdida, dieron su nombre y tocaron la bocina del barco en su honor; eso sí dio tristeza. 

La separación 

La cuarentena había comenzado a mutar, aún socializabamos pero con un silencio prudente. Se comenzaron a escuchar rumores de que podrían enviar personas a casa. Comenzaron a transferir personas a diferentes barcos, los pequeños grupos de amigos que se habían formado durante este tiempo, fueron fragmentados; se iniciaron los procesos de repatriación. A unos pocos fue posible enviarlos en vuelo chárter, dependiendo del país y si los gobiernos autorizaban la entrada de sus ciudadanos. Las nacionalidades con mayor número de personas fueron enviadas en barcos, los otros grupos mixtos no tuvieron más opción que esperar.

La desesperanza

A nosotros nos fue delegado repatriar gran parte de los asiáticos. Cruzamos el océano Pacífico durante tres semanas; la expectativa era llegar a Filipinas, desembarcar los filipinos y al cabo de una semana continuar hacia Indonesia; las expectativas superaron la realidad y la resistencia humana, pues el gobierno filipino comenzó a ver signo pesos en toda esta situación y empezó a dilatar el proceso de desembarco de los tripulantes, ganando así sumas ridículamente altas por cada día que pasara en espera cada uno de los 25 barcos que nos encontrábamos en la bahía de Manila con más de 10 mil personas deseando ver a sus familias.
Nosotros no fuimos los únicos desilusionados: en otros barcos se habían planeado vuelos chárter para grupos mixtos y poder repatriar más personas. Pero los planes se fueron cancelando o postergando a medida que las negociaciones iban cambiando, las compañías de vuelos también querían sacar una tajada más grande.
La desesperanza comenzó a ganar esta partida, saltó el primer tripulante a bordo, se lanzó al mar llevándose su vida y sus tormentos, alertándonos a todos de mirar a nuestro alrededor e identificar entre nosotros quiénes ya estaban llegando a su límite. Tres días más tarde un segundo tripulante terminó con su vida, más adelante se sumaron dos más, y en este punto ya no queríamos contar más, estábamos horrorizados y asustados. Las memorias de aquella fiesta parecían de muchos años atrás.

El desembarco

Pasó un mes de espera cuando por fin pudimos desembarcar los ochocientos filipinos que teníamos a cargo; los barcos que estaban esperando en la costa de méxico pudieron finalmente organizar algunos vuelos más, se comenzaron a escuchar buenas noticias. Ahora por fin podíamos celebrar y navegar hacia Indonesia. 
En Indonesia la historia fue muy diferente, el gobierno dijo que el proceso de repatriación se debía hacer en 3 fases durante 4 días y así se hizo, desembarcamos más de 1.200 personas esa vez. Nos recibieron pequeñas embarcaciones diciéndole a su gente "welcome home" y haciendo un gesto de bienvenida con sus brazos abiertos, fue una sensación linda; un proceso de desembarco limpio, claro y feliz. 

El rescate

Después de haber cumplido con nuestra misión de repatriar nuestro grupo asiático, el siguiente paso para el barco es pasar a operación mínima, esto es como poner al barco en estado de coma, solo quedan a bordo el mínimo de tripulantes para que esta edificación flotante aún se mueva. 
Debíamos encaminarnos hacia Singapur para transferir a otro barco a nuestros compañeros que no hacen parte del sistema nervioso esencial del barco, allí ellos quedarán en espera hasta que puedan volar a casa. 
Ese día va a dejar una marca de vida en las personas que íbamos a bordo, es de hecho la razón por la que decidí escribir acerca de toda esta transición de eventos: el 19 de junio, camino a Singapur, el panorama se cubría con una cortina de lluvia, era un día gris oscuro, de visibilidad limitada. Alrededor de las 4:30 de la tarde, había una especie de tormenta, cuando la nube densa pasó, desde el Bridge (lugar desde donde se maneja el barco) se vislumbró un barco pesquero a medio hundir, seis pescadores se abrazaban a los trozos de madera que flotaban alrededor. El accidente había pasado hacía 3 días, uno de ellos se agarraba a un tronco como quien se aferra a su vida, tan pronto lo subieron al bote de rescate cayó desmayado; los otros 5 dieron aviso que ellos eran una tripulación de 16 personas, nos hacían falta 10 almas más por encontrar. El bote de rescate buscó alrededor, nosotros desde los balcones observábamos con esperanza de que ese océano tan amplio y denso, tan amado y misterioso, nos entregara 10 cuerpos más. 
No tuvimos éxito. Pudimos salvar seis vidas. Al día siguiente la guardia costera nos informó que habían encontrado 3 pescadores más con vida, habían logrado nadar hacia una isla cercana. 

La última chispa

Estas nueve almas nos encendieron la chispa de vida a muchos. Nuestro barco ya entró en estado de coma, pero nosotros seguimos palpitando aquí adentro. Esperamos que la noticia pronto sea que los reemplazos han llegado y es nuestro momento de ir a casa. Mientras termino este escrito ya han pasado 105 días sin tocar tierra, y aún allá en el fondo se susurra una gran incógnita ¿y ahora qué?

sábado, 30 de agosto de 2014

Nadie sabe dar un beso apasionado

Tarde de ponencias, seis estudiantes, una mesa rectangular a lo largo de una sala que sumerge los sonidos en las estanterías viejas que camuflan las paredes, en un extremo de la mesa el profesor, en el otro extremo ella, ubicada en la parte próxima a la puerta ya que acostumbra irrumpir con impuntualidad a la clase. Inician las ponencias y con ellas un halo de pesadumbre se pasea por la sala, cada ponente se sumerge en qué cenaré esta noche, en ravioles con ricota, trátame suavemente, rico así, mejor por detrás.

El ponente continúa leyendo, convencido de su texto, de cada coma, cada punto, cómo se me ocurrió algo tan brillante; ella, al igual que todas esas masas allí sentadas, está desligada de su mirada, la suspende sobre un punto neutro de la mesa. Por un momento sube su mirada y sin planearlo, se ve obligada a detenerse en la mano de él, el catedrático que parece concentrado en ese amasijo de letras incomprensibles cuando se está pensando en calzones; sin notarlo él, con la barbilla descargada sobre su mano empuñada, extiende suavemente su dedo índice rozándolo sobre sus labios, los redondea, juguetea en aquella división que oculta la lengua, por momentos trataba de abrir la boca para morder su dedo, vuelve paulatinamente sobre sus maleables labios.

 En ese momento algo como un enorme brazo que arrebata todos los objetos inservibles sobre la mesa, aparta de lado a lado las masas allí sentadas, todo se vuelve vació, allí solo estaban él y ella; ella lo mira con la seriedad que merecen los deseos carnales, porque eso era, carne amasada por sus propios dedos, carne diciente, anhelante de otros labios que la humedezcan grotescamente. Sin que él lo note, la mirada de se inyecta sobre sus dedos,  su respiración se agita, se cierra el plano en una aproximación al detalle, al brillo de su saliva humedeciendo esa blanda y sonrosada carne. Los deseos de tenerle entre sus labios se hacen tangibles, bajan escandalizados por su piel, pasan pequeños choques eléctricos a través de su sexo; ella no es ella, es sudor contenido en un deseo lascivo.

No es claro el momento en que se levanta de la silla para dirigirse a él, no hay ruido que advierta su impulso. Se sitúa a su lado, y agarrando su mentón con cierta delicadeza pasional, se lo lleva a la boca, a él junto a toda su concentración, junto a sus años de vida, su pasado forastero, su saliva, su enardecido aliento a café. Su presencia carece de delicadezas, hunden sus dedos en el otro, ese desconocido. Son babas embadurnadas por los poros, labios regados por cuello y mejillas, prendas desgarradas, cuerpos esparcidos sobre la mesa.


Al terminar la ponencia, los sentidos vuelven a cada sujeto que estaba pensando en qué cenaré esta noche, en ravioles con ricota, trátame suavemente, rico así, mejor por detrás; y son testigos de lo que acaece. Alguien toma un bolígrafo y saboreándose los labios comienza a escribir sobre los cuerpos amalgamados sobre la mesa; cada uno de los ponentes, siguiendo al primer sujeto, fija sobre ellos sus placeres carnales contenidos, sus secretos, sus pasiones, sus pecados silenciados. Cada letra agita con aceleración sus impulsos, y empuñan su mano con más fuerza, con más ganas. De los cuerpos brota sangre que al instante se evaporaba y es inhalada por las masas jadeantes, cada grafema entra con más fuerza una y otra vez, hasta que allí, tendidas sobre la mesa, solo quedan letras, tinta esparcida que narra lo que sería, probablemente, un beso apasionado.

miércoles, 9 de abril de 2014

Bocanadas de aire

¿Alguna vez ha estado tendido boca arriba en una piscina simplemente flotando,  con la vaga idea de vaciar la mente y sólo escuchar su propia respiración?  Pues ahora me encuentro en esa piscina, solo que ésta vez me encuentro boca abajo.

Sí, boca abajo, esperando el momento en que sienta la tensión en mi cuerpo, abriendo y cerrando las manos con desespero resignado, y escuche mi garganta a punto de estallar un grito que al abrir la boca me inunde los pulmones. Pero la vida me sujeta el cabello, me levanta la cabeza y de manera instintiva me obliga a tomar aire, no dos, ni tres, sino una sola vez antes de volver a sumergirme en el espesor de la incertidumbre, así repetidamente, ya perdí la cuenta. Floto boca abajo con la mente vacía,  los pulmones llenos y los ojos abiertos, esperando el momento en que vuelva a tener un soplo de vida; respiro, vivo, y te amo vida, por sujetar mi cabello antes de hacerme vibrar con un último grito ahogado. Y te odio vida, por obligarme a vaciar la cabeza, por no dejarme flotar boca arriba, por saber la medida exacta de aire para llenar mis pulmones, y esperar a que queden como un empaque al vacío para tirar de mi cabello y darme una bocanada más de esperanza.

Se acerca semana santa, muchos saldrán de viaje; si usted lo hace, vaya a una piscina, flote boca arriba, extienda bien sus brazos y vacíe su cabeza, quizás en algún momento tomemos una bocanada de aire juntos, y digamos, te amo vida.

Pdt: No tengo mucho oxígeno en el cerebro, pronto viene otra bocanada. Gracias Juan Pablo.

domingo, 8 de septiembre de 2013

La cara de hambre de mi gente bella



En estos días me reuní con una pareja de amigos viajeros, los llamo así porque el paso de sus huellas por diferentes fronteras ha logrado desdibujar esa marca divisoria que nos hace pertenecer a una cultura específica, generalmente a la que automáticamente confiere la tierra natal, y esto les permite observar desde la distancia y la cercanía cada contexto.
Tienen una mascota llamada Lala, la perra colombiana, y como lo expresan ellos “es bien colombiana” porque es una perra callejera que les hizo conocer la realidad del país, de sus ciudades, de sus barrios, de su gente; mucho más de lo que yo la pude conocer estando dentro de ella, viviendo allí, naciendo allí.

Lala fue recogida de las calles de Medellín, la ciudad de la eterna primavera, de las mujeres hermosas, voluptuosas, gente bien parecida, ostentosa, donde las calles se alzan entre las montañas y viven a diario las huellas de seres que, como Lala, salen a diario dispuestos a buscar comida, y sobre todo, dispuestos a encontrarla. Celosa, territorial y consentida, como no serlo, si en Colombia la escasez es tanta que cada cosa que se consigue debe ser cuidada, dilatada, hay que explayar sus límites antes que se agote. Pronto fue trasladada a Bogotá porque quisieron traer consigo ese pedazo de angustia que logró colarse en sus preocupaciones, el cambio de clima y el ritmo de vida hicieron sufrir mucho a Lala, sufría como sufren los seres en Bogotá, como se sufre en Colombia. Quisieron domesticarla, darle un lugar para dormir, un plato para comer y un concentrado que la alimentara y le ayudara a mejorar su estado físico.

Como era de esperarse, la perra era tan colombiana que tenía que salir a buscar su comida entre la basura, escarbar para encontrar sus huesos de pollo mal comidos, esos a los que todavía les queda carnecita allí, cerca del cartílago. Era de noche, y Lala no podía quedarse más tiempo sin comer, decidieron aunarse a su naturaleza social condicionada y salieron a buscar alimento entre los desperdicios citadinos, entre los desechos de esa gente fría, mal humorada, que viaja a diario empacada al vacío en el transporte público, que camina inerte con la cabeza gacha, la mirada desvaída, gente sumisa, rutinaria – Cabe aclarar que asumir la búsqueda de comida entre la basura es todo un reto, porque hay más hambre que habitantes en la ciudad, en todo el territorio nacional -.  Abrieron la primera bolsa de basura para que Lala comenzara a olfatear su comida, tal vez el olor era fuerte, o tenían buena espalda, porque en ese momento comenzaron a llegar más perros callejeros, a su vez llegaron señores y señoras que también comenzaron a abrir bolsas de basura ¿También están buscando comida para sus perros? – Preguntan con la emoción de haber encontrado compañeros nocturnos – No – Responde una voz sincera – Buscamos comida para nosotros, para llevarle a la familia. En ese momento, el frío de la Bogotá nocturna era un día de playa cartagenera comparado con el frío que corría entre sus fibras, y por las mías, después de escuchar el relato.

Seguido del gélido corrientazo que atraviesa mi existencia, comienzan a emerger de mi memoria en forma de protesta miles de ojos cristalinos, guardados en pieles secas, en bocas pálidas, en caras sucias; rostros de gente de carne, hueso y hambre, de padres, madres, de niños que tienen mi misma nacionalidad y comparten mi mismo territorio, gobernados por el mismo presidente, gente que sienten mi perfume cuando indiferentemente paso por su lado haciéndolos parte del paisaje, que me ven, que los veo, que también despertaron vivos en medio de tanta muerte, que tal vez han tenido que pedir comida en la calle como tal vez yo se la he pedido a mi madre, y se exponen a ser juzgados por pedir comida, por pedir monedas, como si vivir con hambre o vivir sin plata fuera placentero, o peor aún, fuera una decisión. Señores, señoras, niños y niñas  que hablan mi mismo idioma, y el suyo, porque si usted está leyendo este texto, es porque evidentemente logró decodificar esta cadena de signos que le están demostrando que usted y yo hemos sido indiferentes, hemos caminado como máquinas latosas por una ciudad que nos pertenece, por un país que así odiemos o amemos no lo hemos luchado como nuestro, que lo regalamos a los políticos, que nos dejamos gobernar por la culpa. Usted y yo nos olvidamos del otro, odiamos la sociedad misma, odiamos al que nos empuja en el bus, al que nos pide plata, al tendero, al taxista, al pasajero, al que nos necesita. Usted y yo somos mezquinos, sumisos, hipócritas, nos creemos con derecho de reclamarle a una patria sin mover un solo dedo por mejorar el entorno. Usted y yo nos hemos olvidado que somos muchos en el mundo como para vivir pensando en uno solo. Yo ya quiero darme cuenta, ya quiero despertarme y sentir que estoy viva, no para mí, sino para el mundo, no un mundo global, pero sí un mundo de otro. 


domingo, 16 de junio de 2013

En la mente de una estudiante

Siete personas se extendían frente suyo junto al rectangular mesón que, al parecer, estaba hecho de roble. Tres estudiantes a cada lado y en el otro extremo, allí a donde apuntan las miradas en la mesa, se encontraba él, el catedrático. Ella siempre se sentaba del otro lado del mesón, era la parte más próxima a la puerta y al entrar cobardemente directo a ese extremo de la mesa, no tendría que lidiar con la tediosa labor de ser observada al deslizarse por aquella sala.
Iniciaban las ponencias y el silencio se presentaba pesado y tenso sobre la sala maderosa. En ese momento las existencias se resumían en enormes oídos, los demás sentidos se adormecían en un mismo punto; solo Dios sabe qué estaría pensando cada sujeto, cada tormento allí presente, cada ansiedad de ser escuchado. Pero todos y cada uno de ellos, exceptuando el ponente, se encontraba congelado tras la postura del que escucha atentamente, desde afuera, daba la impresión de estar percibiendo una colección de esculturas hechas en cera.
Ella, al igual que todas esas masas allí sentadas, estaba desligada de su mirada, la cual suspendía en un punto neutro sobre la mesa. Por un momento subió su mirada y sin planearlo, se vio obligada a detenerse en la mano de él, el catedrático que se encontraba sentado en frente suyo, absorto en sus sinestesias, en los colores y las texturas que le sugerían las letras narradas en aquella sala, pues, sin notarlo él, con la barbilla descargada sobre su mano empuñada, extendía suavemente su dedo índice y lo rozaba sobre sus labios, iba y volvía sobre ellos, primero el labio superior, luego, al redondearlo, continuaba con el labio inferior, una y otra vez; dejaba que fueran arrastrados por su dedo, exhibiendo su cimbreante textura. Por momentos trataba de abrir la boca para morder su dedo, pero volvía paulatinamente sobre sus maleables labios.
 Fue en ese momento cuando, algo como un enorme brazo que arrebataba todos los objetos inservibles sobre la mesa, apartó de lado a lado las masas allí sentadas, todo se volvió vació, allí solo estaban él y ella; ella lo miraba fijamente, con seriedad, con esa seriedad que merecen los deseos carnales, porque eso era, carne amasada por sus propios dedos, carne diciente, anhelante de otros labios que la humedecieran grotescamente. Sin que él lo notara, la mirada de ella permanecía fija en él, y su respiración se agitaba a medida que su mirada se hacía más sólida, más punzante; se cerraba el plano, se acercaba al detalle, al brillo de su saliva humedeciendo esa blanda y sonrosada carne. Los deseos de tenerle entre sus labios se hacían tangibles, bajaban escandalizados por su piel, pasaban pequeños choques eléctricos a través de su sexo; el sudor de sus manos delataba que no soportaba estar allí sentada, tan distante, tan contenida, quería estar frente a él, con él, junto a él, en él.
No fue claro el momento en el que se levantó de su silla para dirigirse hacia él, pues no hubo ruido alguno, parecía que no quería interrumpir la lectura. Se situó a su lado, y agarrando su mentón con cierta delicadeza pasional, se lo llevo a la boca, a él junto a toda su concentración, junto a sus años de vida, su pasado forastero, su saliva, su enardecido aliento a café. Su humanidad disoluta estaba llena de sentidos y carente de delicadezas, hundían sus dedos en el otro, ese desconocido. Fueron babas embadurnadas por los poros, labios regados por cuello y mejillas, prendas desgarradas, cuerpos esparcidos sobre la mesa.
Cuando la ponencia terminó, los sentidos volvieron a cada sujeto y pudieron ver la escena que allí se desprendía. Contemplaron absortos, sin alteraciones. Uno de ellos tomó su bolígrafo y mientras saboreaba sus labios comenzó a escribir sobre los cuerpos amalgamados sobre la mesa; cada uno de los ponentes, siguiendo al primer sujeto, comenzó a fijar sobre él y ella sus placeres carnales contenidos, sus secretos, sus pasiones, sus pecados silenciados. Cada letra agitaba con aceleración sus impulsos, y empuñaban su mano con más fuerza, con más ganas. De los cuerpos brotaba sangre que al instante se evaporaba y era inhalada por las masas jadeantes, cada grafema entraba con más fuerza una y otra vez, hasta que allí, tendidas sobre la mesa, solo quedaron letras, tinta esparcida que narraba lo que sería, probablemente, un beso apasionado.






miércoles, 15 de mayo de 2013

El otro atrás de la mirada: descripción de un personaje.



No, no es como el color de la nieve, el color de su cabello es más grisáceo, como si se avecinara una tormenta. Su enorme cabeza siempre está un poco inclinada hacia el frente, como caminando hacia sus recuerdos, da la sensación de estar escuchando atentamente sus pensamientos sin querer ser interrumpido. Pero que su cabeza un tanto baja no los engañe, si de repente llega a notar su presencia, sin subir su cabeza, levantará su mirada directamente hacia el centro de su pupila  como quien flecha al intruso que pisa terreno prohibido, y sin dudar en quitarla obligará a que usted aparte la suya sin atreverse a dejar diálogos en la atmósfera. 
Así es Facundo, que a sus 76 años vive en su vieja casa, aquella que en sus rincones todavía guarda risas de niños, sus niños.La sala se alimenta en el día de la luz natural que rebota desde el jardín interno de la casa y desde allí lee Facundo la prensa que torpe cae en el rechinante portón de madera; luego de haberse preparado un café en esa fría cocina de baldosa blanca, con más utensilios que recuerdos – porque ya ni recuerda cuántas latas ocultan esos cajones – sale con calma a su viejo sillón y se sienta con firmeza a enterarse de las nuevas tragedias del mundo. No ha terminado de saciar su capacidad de asombro cuando unos ruidosos pasos bajan por la espesa escalera de madera, son los inquilinos que alquilan el piso de arriba, una pareja de extranjeros que siempre van tarde para el trabajo – ¡Adiós Don Facundo! – exclaman agitados. Él suelta algo como un gemido acompañado de catarro, no es muy claro, pero parece corresponder el saludo.
Luego de darse un largo baño sale con calma a su habitación para vestirse con esas prendas prolijas, impecables, viejas. La paz que allí se siente le recuerda que debe huir pronto de los densos ecos que exclaman las paredes de su casa.  Dirige su cuerpo latoso y pesado al rechinante portón de madera que lo conecta con el vecino mundo. Antes de cerrar la puerta las mira con nostalgia, allí están siempre tan serenas, tan conformes y radiantes recibiendo el sol del día, las materas que representan el amor diario de Martina, su dedicación, su afecto, son lo único con vida que queda de ella dentro de su silenciosa casa de concreto y recuerdos.

Toma el desayuno en esa vieja cafetería donde alguna vez siendo joven trabajó, aunque desayuna con calma trata de no permanecer mucho tiempo allí, el flujo de gente entrando y saliendo, a veces riéndose o hablando alto, le aturden, estropean las conversaciones con sus fantasmas; así que sale a Camino del Sol, el restaurante esquinero de ventanales prominentes, allí alcanza a beber tres, tal vez cuatro botellas de agua antes de pedirle a Rosendo, su camarero de siempre, que le traiga su churrasco con ensalada al término que a él le gusta: no muy dorado arriba, ni muy crudo por abajo, pero un poco tostado hacia las puntas. Allí permanece el resto de la tarde, controlando con disimulo la gente que concurre el lugar, busca entre los presentes quién materialice sus recuerdos con Martina, con las nenas, con los chicos del barrio, busca entre la concurrencia quién le recuerde que alguna vez estuvo vivo.      

Pero recuerden, Facundo reconstruye su vida entre los bordes del silencio, por ningún motivo debe sentir que alguien le observa, porque las vibraciones de una mirada ajena le recordarán con un frío cortante que se encuentra solo y que al llegar a casa lo saludará el silencio. Es por eso que si advierte una mirada hacia él no dudará en levantar la suya e imponer esa coraza de gélido odio que a gritos pide compañía, resultando, como siempre, victorioso; no hay duda que le divierte reflejar en otros el miedo que le gobierna.

Así pasa la tarde entre juegos de odios, recuerdos de su infancia, la de sus hijas que lo hacían un niño, los amores histéricos de Martina, allí sentado en Camino del Sol donde, entre sorbo y sorbo, no se va hasta que el sol no ha recorrido su camino, ese camino que alguna vez, mientras estuvo vivo, recorrió.